De Montserrat al Barça

Manuel Trallero (La Vanguardia)

La recién concluida campaña electoral catalana ha sido de una banalidad apenas resistible. Parecía que lo más importante era conocer quién lavaba los platos en casa del candidato, qué marca de reloj utilizaba, quién le compraba las camisas o si sabía la letra del Virolai. Sin embargo, dos jalones la han marcado al principio y al final, a modo de alfa y omega que abre y cierra el discurso narrativo. La primera genuflexión la llevaron a cabo ambos principales candidatos, Mas y Montilla, al ir a visitar la montaña sagrada de los catalanes, Montserrat. Fue una visita casi de rigor, puede incluso que protocolaria, una rendición de pleitesía. ¿Ustedes se imaginan un candidato a la República Francesa, pongamos por caso, visitando un monasterio para hacerse la foto con el padre abad? ¿Qué diríamos de Aznar apareciendo con el abad de Covadonga o con el obispo de Santiago en campaña electoral? ¿Qué diríamos del PP celebrando su creación en una basílica, como Convergència lo hizo en Santa Maria de Mar? ¿Qué opinión nos merecería que la bandera española ondease en el monasterio de Silos o en la Almudena como ondea la senyera en el monasterio de Ripoll o en el santuario de Núria?

La segunda genuflexión, más novedosa pero no por ello menos escandalosa y soez, consistió en el almuerzo que el señor Laporta efectuó con ambos principales candidatos. ¿Qué hubiera sucedido si el señor Núñez hubiese hecho algo parecido cuando era presidente del Barça? Se lo hubieran comido con patatas los del Elefant Blau acusándole de politizar la entidad. De aquella época, no tan lejana, en que se hacía chufla y recochineo de la presencia del señor Aznar, siendo presidente del Gobierno español, en el palco del Santiago Bernabeu, con su equipo de supuestos galácticos, hemos pasado ahora al overbooking de la llamada clase política en el palco del Camp Nou, por ejemplo con motivo del partido entre el Barça y el Chelsea. Esto es por lo visto la normalidad del oasis catalán.

Entre ambas genuflexiones -supongo que los candidatos también pasaron por La Caixa- fluye el discurso del imaginario catalán, como una voluta intangible, hasta conformar el canon catalán. No sería de extrañar, pues, que el carnet por puntos para los recién llegados se obtuviera tras saber de qué color es la Virgen de Montserrat. No es de extrañar que fuera de este círculo nuestro estén los "hijos de puta" a los que se refería la señora de Carod-Rovira o que se haya boicoteado informativamente la candidatura de Ciutadans. Es a partir de aquí cuando a un candidato se le puede preguntar si conoce el Virolai, porque obviamente su conocimiento forma parte de la buena conducta de todo buen catalán, sin ella no hay el correspondiente certificado, el aval social. Hay un imaginario colectivo, poco importa que no tenga ni un viso de realidad, es una pura ensoñación: los catalanes no vivimos de catalanes sino que vivimos soñando con serlo algún día en plenitud. El señor Artur Mas, ante la tumba de Wifredo el Velloso, supuesto fundador de la patria catalana, explica refiriéndose a las leyendas que "su inexactitud histórica no las hace menos valiosas o menos ciertas, todo lo contrario". Es axiomático: de qué sirve conocer la verdad en Catalunya si ni siquiera sabemos qué pasó con el 3%...

1 comentario:

superstar dijo...

life just good