Los lastres de la moda nacionalista

MONTSERRAT Nebrera, Catedrática de Derecho Constitucional y número dos de la lista del PP por Barcelona en las pasadas elecciones.

Es de ingratos no amar la tierra de acogida, como lo es también olvidar las raíces. Me duele, por eso, escuchar a personas con orígenes españoles diversos, decir que no tienen más nación que Cataluña y que bien poco les importa lo que ocurra más allá del Ebro. Triste es ver en el converso siempre peor talante para asumir que el sentimiento solo no hace una institución, ni justifica un derecho, ni vale la pena si nos conduce a vivir en sempiterno fruncir del entrecejo.
Si de una nación puede hablar Occidente, es sin duda del cristianismo. El resto son emulaciones imperfectas del original, de las que la mejor es la democracia moderna, esa que recuerda de continuo la igualdad esencial de todo ser humano. Tótemes diversos han pretendido sustituir la religión: la razón, los movimientos nacionales... Algunos nacionalismos consiguieron su Estado. Hoy en España algunos partidos vertebran su acción en torno a la obtención de un Estado, pero han conseguido arrastrar hacia su discurso a otros que, en puridad ideológica, en modo alguno pueden ser nacionalistas, pero que ya afirman, sin reparar en las consecuencias de hacerlo, que la nación catalana existe.
La moda nacionalista, como todas, pasará, pero tiene el inconveniente de estar lastrando, como lo hacen ciertas ideas progres descerebradas, por insostenibles, el futuro de los catalanes en una España, una Europa y un mundo, que no pierden el tiempo. Hoy se requiere libertad de acción y para ello la voluntad de ser debe constreñirse a la capacidad de conocer el alcance de lo que puede desearse, el nivel de nuestra competencia y el precio personal y político que estamos dispuestos a pagar por nuestras decisiones.
La dignidad radica en proponer y asumir retos que no dividan, sino que sumen, que no segreguen, sino que integren. El buen gobernante por tales miras debe regir su acción pública y privada, y de acuerdo con tales objetivos, comprometer su palabra.

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