Eratóstenes

RAMON FOLCH

Eratóstenes era persona de vastas inquietudes. Nacido en 276 aC. en Cirene, floreciente colonia griega situada en la actual Libia, se interesaba por la historia, la astronomía, la filosofía, la geografía, la literatura y las matemáticas. Eran tiempos de conocimiento normal incipiente, de modo que las mentes privilegiadas, y la de Eratóstenes lo era, pronto lo sabían todo de cuanto se sabía. El enciclopedismo resultaba obligado en cualquier espíritu curioso.
Hacia 230, Ptolemeo III Evergetes, faraón de la dinastía griega que se apoderó de Egipto tras la muerte de Alejandro Magno, encomendó a Eratóstenes la dirección de la Biblioteca de Alejandría, creada por Ptolemeo I medio siglo antes. Estimulado por las observaciones astronómicas custodiadas en la biblioteca, Eratóstenes concluyó que la Tierra era esférica y calculó sus dimensiones, con sorprendente exactitud, experimentalmente (sombras proyectadas a mediodía, en Alejandría y Asuán, el día del solsticio de verano).
La biblioteca ya tenía entonces casi medio millón de volúmenes, acervo bibliográfico sin precedentes, y más habida cuenta de que muchos eran traducciones al griego hechas en la propia Alejandría a partir de originales que los Ptolemeos pedían a los soberanos y eruditos del mundo conocido. Llegó a poseer 700.000 volúmenes, pero sufrió varias destrucciones, la última en 391, ordenada por el patriarca monofisita Teófilo, que de paso permitió el linchamiento del último titular de la biblioteca, la famosa Hipatia.

Ariana
La tendencia a destruir la cultura en nombre de una u otra fe goza de una sólida tradición. Los documentos que escaparon a los fundamentalistas cristianos fueron destruidos o dispersados en 642 al apoderarse los musulmanes de la ciudad. Se dice que el califa Omar el Grande sentenció: «Si concuerdan con el Corán, son superfluos; si discrepan, hay que eliminarlos». Entre las huestes de Julio César, que incendiaron parte de la biblioteca en 48 aC., los fundamentalistas de Teófilo y los fanáticos de Omar, amén guerras varias y algún terremoto, los 700.000 volúmenes acabaron desapareciendo.
Todavía hoy pasan cosas así. Otro Omar, Mohammad Omar, el tristemente famoso mulá Omar, lanzó a sus estudiantes, o sea los talibanes (talib significa estudiante en pastún) contra cualquier cosa superflua o contraria al Corán, o sea casi todo. La obtusa ignorancia talibana redujo Afganistán a una cárcel doblada de desierto cultural. Entre otras barbaridades, dinamitaron los budas gigantes de Bamiyán, del siglo V –ya bastante maltrechos por fanáticos islámicos en el siglo XII– y trataron de destruir los archivos cinematográficos de Afgan Films, la biblioteca de la memoria local. El espléndido documental Los ojos de Ariana, del valenciano Ricardo Macián, recoge tales hechos.

Eratóstenes denominó Ariana, país de los arios, a las tierras situadas entre el río Indo y el mar Caspio. Hoy, más o menos, son Afganistán. Por eso los ojos de Ariana son las películas y los vídeos sobre este atormentado país. Como el fundamentalismo renace a cada generación, precisamos Eratóstenes, Hipatias y, por qué no, Macianes. «Podéis quemarlo todo, pero la hierba crecerá de nuevo», dice en la película una niña dirigiéndose a los fundamentalistas. Y es que las bibliotecas, en el fondo, son indestructibles.

El Periódico 2-8-09

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